
Cuando comenzaba en España el confinamiento, cuando la incertidumbre empezaba a hacerse con todo, recibí un paquete lleno de ejemplares de mi último libro Manchas de Café. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Lo abrí despacio, para saborear el momento. Retiré el precinto como si contuviese material inflamable. Olí los libros antes de hojearlos, acaricié las tapas, grabé con mi teléfono el momento deseando poder volver a él. No era la primera vez que tenía un libro mío entre las manos, antes habían sido publicados dos poemarios y había participado en alguna antología, pero creo que según cumplo años me voy haciendo cada vez más consciente de lo fugaces que son los buenos momentos, de lo importante que es vivirlos con intensidad e imprimirlos en la memoria, aunque el tiempo se nos escape como arena entre los dedos.
Escribí los cuentos que contiene Manchas de Café durante los dos años que viví en la Sierra de Madrid y siempre estarán enlazados con los recuerdos que de allí atesoro.
La mayoría fueron concebidos de noche, bajo el influjo del café, bebida que adoro y que, lamentablemente, cada día debo moderar más por la tensión. Se escribieron en un tiempo en que yo no tenía apenas nada aparte de la compañía de mi hijo y el deseo de seguir adelante.
Cuando me mudé al centro de Madrid, lo cual no supuso más que otra mudanza de las muchas que llevo en mi haber, todas aquellas cuartillas, en su mayoría manchadas de café, fueron trasladadas en una de las pocas cajas de cartón que me llevé, ya que me deshice de la mayoría de mis muebles y lamentablemente, de una buena porción de mi biblioteca.
Allí siguieron, en una caja, ya que las Navidades de 2019 fueron las más infernales que recuerdo. Toda mi vida se estaba desmoronando, desde mi corazón a mi profesión. La noche del 31 la pasé en un salón completamente vacío, salvo el sofá en el que estaba sentada, comiendo pizza y escuchando Pink Martini.
Aún no tenía wifi así que iba a escribir la novela en la que aún estoy trabajando a una cafetería cercana a casa. Pronto descubrimos, mi hijo y yo, que esa cafetería no sólo olía de maravilla si no que los helados y los pasteles de fruta estaban deliciosos y a buen precio. Si hubiésemos seguido acudiendo allí cada día nos habríamos puesto gordos, eso es seguro.
Fue allí donde mi hijo viéndome tan desolada, picando las migas de hojaldre que quedaban en el plato, incapaz de avanzar en la novela y con la mirada perdida en la calle, me dijo que debía intentar publicar mis cuentos. Lo dijo con tanta convicción que no tuve otra opción que creerle. Además, se ofreció a editarlos, a numerar las páginas y a maquetarlos correctamente, así que no lo pensé mucho.
Mientras él cumplía con su ofrecimiento yo busqué editoriales que publicasen narraciones cortas. Entonces, sentía que no tenía nada que perder. Nada. Ni siquiera sabía cómo iba a llegar a fin de mes. Así fue como encontré a mi editor. Para ser honesta envié el libro a dos editoriales, pero en poco tiempo recibí la respuesta de mi editor y todo fue rodado. De hecho, posteriormente me respondió la segunda editorial, pero el libro ya estaba colocado.
Recibí la respuesta de mi editor el día 31 de enero por la mañana. Para los que creéis que las coincidencias no existen, os diré que ese día es el cumpleaños de mi hijo. Mi hijo que había sido el artífice del libro, el impulsor. Recibí la noticia como una señal. Y lo celebramos con tortitas de caramelo.
Este libro llegó como una luz en la oscuridad. Puede que después de él vengan otros, novelas, poesía, quizá más cuentos, pero la magia con la que nació Manchas de Café, es y será única.
En sus páginas se condensan los sueños, los miedos y los anhelos que me acompañaron durante las noches de dos años viviendo en un pequeño pueblo de montaña donde dejé grandes amigas y el recuerdo del rugir del viento en las noches que amenazaba tormenta. Era como una voz, como un rugido incesante, parecido al del invierno en el Valle de Luna, tierra de mi infancia. De hecho, El Viento era otro título que barajé para los cuentos, ya que, además, entre ellos no existe un hilo conductor demasiado claro, aparte de que quizá, mirados con ojo clínico, se podría decir que la mayoría son historias de amor y de valentía. Muchas de ellas protagonizadas por mujeres.
Aún recuerdo cuando siendo niña, varias amigas se preguntaban en corro qué consideraban más atractivo en un chico. Se habló de la inteligencia, del sentido del humor y de la belleza. Yo dije muy decidida: Que sea valiente.
Esta es en resumen la historia de cómo nació Manchas de Café.
Dicen que leer es volar con la imaginación, elevarse sobre el destino que nos es atribuido cuando escogemos un camino. Ahora puedo decir que escribir es además, sobrevivirse.
Madrid 20/04/2020