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LA FABULOSA HISTORIA DE PAULINO

Para Mateo y Diego, mis fabulosos.

LA FABULOSA HISTORIA DE PAULINO

Paulino nunca había salido de su pueblo hasta que por su décimo segundo cumpleaños sus tíos le invitaron un fin de semana a su casa de la costa.
Lo que podía haber sido un viaje apacible se convirtió en el principio de una extraña experiencia.
Paulino descubrió que podía escuchar historias en las caracolas, y no cualquier cuento ya conocido o un rumor lejano tintado con alguna palabra, no. El escuchaba cuentos inéditos de tierras lejanas, con detalles magníficos y finales inesperados.
Como decimos, Paulino no había conocido el mar hasta entonces y verlo por primera vez le dio de ganas de gritar, saltar y correr como un loco. Aquella masa azul de olor fresco que tantas veces había visto en fotografías tenía poder de verdad, magia, y por lo visto un peligro indescriptible del que su tía no dejaba de advertirle a gritos desde la playa.
Sentado a la orilla, con la punta de los pies hundida donde las olas terminaban su recorrido, descubrió pronto que la arena estaba llena de tesoros. Los destellos entre las algas eran conchas y cuarzos de diferentes colores y tamaños. Enredada en un alga extrajo la caracola más bonita que había visto jamás, ni siquiera en los cuentos.
Al llevarse la caracola a su oreja ésta comenzó a rugir suavemente con un sonido parecido al de las olas, para dar paso a una voz de mujer que hablaba sobre una niña Sami de Laponia a la que le gustaban tanto los fuegos artificiales que una noche juntó demasiados y salió volando hasta la luna. Menos mal que en su bolsillo había guardado uno y cuando una nave rusa pasó cerca pudo hacer una última señal y volver a casa por su cumpleaños.
Paulino probó varias veces y en todas ellas las caracolas y las conchas le contaban un cuento, le hablaban de alguien que estaba muy lejos o que ya no estaba.
Guardó la caracola el bolsillo de su traje de baño y decidió comentarlo a la hora de la cena.
-Tía Luisa, las caracolas cuentan historias.-
-Claro cielo, es el eco del mar-le respondió haciendo un guiño al tío Fernando.- A ver qué os parece el gazpacho.-
-Tienen principio y final.- explicó Paulino.-Una voz los cuenta.
-Parece mentira que este niño no hubiese visto el mar hasta ahora. Está impresionado.- A este gazpacho le falta vinagre, está flojo y soso.-
Paulino recordó a la niña Sami de Laponia y pudo visualizarla en la Luna, añorando su hogar nevado.
Sus tíos le miraban con interés, esperando algo más sobre sus impresiones en la playa, pero él no podía evitar las ganas de volver a su cuarto a escuchar la historia de la caracola y a copiar en su cuaderno de tapas rojas todo lo que había oído.

Al día siguiente se levantó temprano para ir a la playa. Caminaba feliz e inspirado.
Contempló el amanecer y jugó a elegir una concha con los ojos cerrados. Al abrir los ojos vio una concha nacarada que reflejaba la luz en muchos colores. La aproximó a su oreja y tras los susurros del mar de nuevo vino una historia, esta vez narrada por una voz masculina, como de anciano.
Acababa de empezar el cuento, cuando vio a sus tíos acercarse por el camino de la playa.
-¡Paulino!- La tía Luisa parecía enfadada y se acercaba a paso marcial.
-No puedes venir aquí tú solo-. Tus padres quieren hablar contigo, han llamado hace un rato.-
-Estaba escuchando caracolas.-
-¿Otra vez?-La tía Luisa torció el gesto.- Ven a la toalla con nosotros, puedes hacer torres o jugamos un parchís.
-Pero es que quiero jugar aquí.-
-Si quieres jugar con caracolas me parece bien pero no te escondas y nada de decir cosas raras, con nosotros no es preciso llamar la atención.-
El tío Fernando le tendió la mano para coger la caracola y se la puso en la oreja para disgusto de la tía Luisa.-A ver.-
Tras unos segundos de desconcierto dijo-El caso es que escucho algo, no sé, algo más que ruido…pero no podría decir el qué-. Miró a Paulino con cara de pena y le revolvió el pelo.- Vamos a por un helado de tres bolas, que hoy es el último día y podemos ir a la pastelería mientras tu tía toma el sol.-
La tía Luisa ya iba de camino hacia la toalla y Paulino recopiló en sus bolsillos y en un cubo todas las conchas y las caracolas que pudo para llevárselas a su pueblo, allí donde no llegaría el mar.
Esa noche su madre le pregunto por el teléfono acerca las conchas. Parecía preocupada. Paulino la tranquilizó y le explicó que llevaba un montón de ellas para que pudiese escucharlas. Eran de todas clases, venidas de lugares muy lejanos.

Soñó con la última historia que había escuchado, la del niño que vivía bajo el volcán Cotopaxi, en una inmensa plantación de rosas, y desde que tuvo uso de razón podía ver el destino. Tenía sueños premonitorios y le llamaban “el brujo”. Siempre llevaba un sombrero de panamá muy gastado y un colgante que simbolizaba el infinito. Iban a visitarle gentes del mundo entero y se decía que podía curar con las manos. El brujo ponía a las rosas el nombre de las personas a las que sanaba y se decía que recordaba bien a cada una de ellas. A través de las flores sabía cómo estaban y podía conectar con ellas. Era un oráculo.

Despedirse del mar fue triste, pero Paulino supo que volvería. Fue una de esas cosas que se saben en la vida. Así que solo levantó la mano y dijo hasta luego, acompañado de su maleta y de sus tesoros vio desde la ventanilla del coche de sus tíos como el azul intenso se alejaba en el horizonte.

Llegar a casa le reconfortó, los olores de su cuarto, de la cocina y de sus libros, pero sabía que echaría de menos el mar. Y lo peor fue comprobar que nadie escuchaba lo mismo que él en las caracolas.

Sus padres le habían pedido hora en un tipo que le hizo una serie de preguntas de lo más intensas alrededor de la voz que contaba historias.
-Bueno, son siempre originales, entretenidas, y vienen del interior de las conchas. –
Aquel hombre sentado en su despacho parecía no cambiar la expresión, pero anotaba todo lo que decía Paulino con sumo cuidado.
-Aquí tiene una, usted mismo puede escuchar.- Paulino le ofreció generosamente una de las mejores pero el hombre debía tener un problema de sordera, como casi todo el mundo, ya que algo intuía pero no logró descifrar ninguna frase completa.
-Parece que en el colegio están encantados con las redacciones, claro.- El hombre trataba de ser simpático, o así pensó Paulino.
-Si, he mejorado mucho. Tengo un sobresaliente. Pero nadie cree lo de las caracolas.-
-Podría ser que echas de menos unas vacaciones en el mar.- Esto lo dijo sin mirarle, sin dejar de apuntar.
-Podría ser, pero las historias están dentro de las caracolas.-

En los meses siguientes Paulino llenó su cuaderno de letras y de párrafos, de cosas que no sería posible que supiese si las caracolas no se lo estuviesen contando. Relatos de niños que habían vivido siglos antes, en países exóticos, aventuras increíbles.
El cuaderno de tapas rojas estaba casi completo y sin embargo sus padres tenían una cara cada vez más triste.
Una mañana escuchó a su madre hablar con la vecina mientras tomaban un café.
-Mi hijo tenía un amigo invisible, hablaba con él, bueno con nadie, ya te imaginas.- mascullaba Evarista en tono confidencial.- Ahora ya ves, ingeniero de caminos, no se puede saber, Carmen, son niños.-
-Me habré equivocado en algo, a ver si estoy educándolo bien.- decía su madre en un sollozo sorbiendo café.
Paulino no supo si estaba enfadado o se sentía traicionado. Quiso correr todo lo rápido que daban sus piernas y salió al sol de Agosto dejando la puerta abierta tras de sí.
Corrió y corrió hasta que entró en el parque y dio con un banco bajo una higuera donde se sentó y dio rienda suelta a las lágrimas.
-¿Qué te pasa?- Escuchó a su lado una voz de niña.
-Déjame.-
-Quieres venir a nuestra cueva de tesoros.-
Paulino levantó los ojos húmedos y vio a la niña con los ojos más azules que había visto nunca.
-Qué es eso- Contestó airado.-Yo ya tengo mis tesoros.
-Es un sitio ahí al lado, donde los juncos.-Lo hemos limpiado de papeles y basura y nos metemos un grupo de amigos cuando nos cansamos de jugar. Tenemos algún libro, algún cuaderno, teléfonos a ratos para jugar a videojuegos cuando nos apetece, y conchas de contar historias.-
-¿Conchas de contar historias?.- Paulino dejó de respirar por un momento.
-Si, claro, conchas que cuentan cuentos. ¿Sabes lo que es?.- En ese momento la niña le miró como si estuviese haciéndole un examen, como si de su respuesta dependiese que entrase en su club.
-Si, claro, tengo algunas.-
Ella sonrió con una boca amplia y graciosa.
-Tienes un cuaderno rojo, ¿verdad?.-
Paulino dudó antes de contestar.
-¿Cómo te llamas? No me has dicho tu nombre.-
-Marina.- Ven voy a presentarte a los demás, nosotros nunca le decimos a nadie nuestro secreto, el secreto de las conchas ¿entiendes?-.
Paulino se secó las lágrimas y al fin sonrió.

Estefanía Muñiz
13 Julio 2018 / Madrid

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La autora de este blog literario es Estefanía Muñiz, Abogado y escritora. Conoce más acerca de su trayectoria aquí.
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